La fuente de la gran literatura rusa del siglo XIX y XX tiene sus raíces en la figura de Alexander Pushkin, el gran poeta romántico. Por eso es lógico que todos los escritores de ese país hayan trazado su progenie y dejado claro el grado de admiración con el modelo. De Nabókov a Tsvietáieva, Pushkin es una materia obligada. Uno de los ensayos más estremecedores es Mi Pushkin (1973), a la vez crítica y testimonio, homenaje y ajuste de cuentas, de allí el posesivo "mi" del título de Tsvietáieva, cuya prosa, por muchos comparada en calidad a su extraordinaria pesía, encuentra aquí una de sus cimas. Si el autor Eugenio Oneguin muere en un duelo, cumpliendo en cierta forma su destino como personaje romántico, el sufrimiento de la escritora cumple también una trama común a lso escritores rusos en el siglo pasado.