Ensayos de homenaje en el primer centenario del nacimiento del filósofo español, que abordan diversos aspectos de la obra de Ortega. Los cuatro trabajos dibujan con rigor algunos de los horizontes centrales del quehacer filosófico hispánico en el mundo actual.
Por este Adán nombrado Sitio del verano, se negoció un movimiento acorde, coordinado, de lo particular visible a lo espiritual intuido, que hace que un cúmulo de veranos personales que arrancan de la infancia y desembocan en un mar general de vejez, procure un sitio, una casa mayor donde reiniciar, cual reencarnación siguiente o quizás final, una vida “otra” y trascendente, vida del Espíritu. Para ello, el poeta grita, para escucharse en cada eco; grito que retrotrae (paso primero) al árbol de la infancia, a capulines que en familia fueron a recoger, y lleva a esa casa deseada como casa final que “quedaría vacía” para poder entrar a reiniciar el ciclo de los veranos, que no son unos veranos sino el verano eterno y dichoso, Escribiendo con mano manumitida, mano de manumisión, en un sitio que es el sitio, el libro, la casa: oráculo, intuición primera y última.