Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
El Buscón ha sido visto como un libro aparte en la obra de Quevedo como un miembro de otra familia, la de Lazarillo de Tormes (1554, aunque escrita veinticinco años antes) y Guzmán de Alfarache (1599), sus antecesores. Una vertiente narrativa, la novela picaresca, fundada en la identidad de caracteres, asuntos y filosofía, más aún que en la afinidad de formas. Así se ha querido subrayar, en la historia de Quevedo, los orígenes de Pablos; la subordinación a la que lo entrega la penuria; la sucesión de las aventuras, los personajes y los lugares; la miseria que encuentra en todos lados; la comicidad y la ironía; la amargura y los desengaños; el ingenio en lucha con la moral, nunca vencido por la moral, que distingue a la "vida buscona", a la "profesión de la vida barata". " La mejor vida que hallo haber pasado", llamará Pablos a sus trapacerías en Alcalá de Henares.