Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Desde antes de que se llamara México nuestra tierra, era ya pródiga en sabores y aromas.
De esas grandes y significativas aportaciones surge el cacao, y de igual forma lo que bien podemos denominar la bebida: el chocolate, que ha endulzado a la humanidad entera.
Un largo pasado basado en observaciones, paciencia, ensayo e ingenio que se conjuntaron para el proceso de su domesticación misma.
Al paso de los siglos, culturas de otros continentes agregaron otros ingredientes, hallazgos y procedimientos, y lo hicieron también suyo.
Por tanto, ya se trate del cacao o del chocolate, ambos productos han dejado huella indelebles en nuestra historia, arte y cultura. Y son, en efecto, nuestros poetas y artistas plásticos quienes les rinden tributo en sus obras, para conformar un elevado, hermoso, y esencial acervo artístico que pertenece a nuestra Nación.