Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Hacia 1836 la ciudad de México, visualizada como una aglomeración de cúpulas, torres y elegantes palacios, estaba limitada por el bosque de Chapultepec, las lomas de Tacubaya, el lomerío de Santa Fe, las altas cumbres de los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl. Su aparente calma no refleja la agitada realidad política y social del país, ni la injusta segregación económica de pobres e indios.En este ambiente nace, en el seno de una familia de escasos recursos, José Salomé Pina. A la edad de ocho años (1844) ingresa en la Academia de San Carlos para estudiar pintura bajo la dirección de Miguel Mata. Testimonio de ese primer año escolar es un busto masculino, dibujo al carbón inspirado en la obra del artista francés Jullien.