Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Una tarde de tantas, al salir de Mascarones Ida Rodríguez me dijo: "Ayer conocía a un ángel; un verdadero ángel. Te voy a presentar con él". Era el año 48, el 49 a más tardar. Ida estudiaba historia; yo, letras. Y me lo describió: "un típico español del norte, de Llanes, Asturias; vino a México desde muy joven". Alto, desgarbado, de manos grandes y cara afilada, como un visigodo de ojos claros, entre azules y verdes, de los que se asemejan a algún retrato de Piero della Francesca; ojos que entrecierra cuando algo le interesa intelectual o sensualmente; o entreabre la boca no para dar sino para recibir una respuesta. Con un castellano "alto", original: el ceceo entreverado con tono o acento mexicano. En suma, se trata de una especie de lebrel, guapísimo. Lo conocí por Pita Amor; ya verás: te encantará.Estos retratos, los de Peláez, poseen un toque andrógino que les presta una especie de equilibrio humano (nada de machismo, nada de feminismo) aunque en otros La rana verde por ejemplo (1947) el acento, en este sentido, se subraya, de tal modo que no sabemos si la figura es mujer o varón. Después, ya observándolo con detenimiento, por la cabellera suelta y recién bañada, colegimos que se trata de una muchacha pueblerina, con sus manazas habituales en todos los lienzos y un dejo de melancolía realmente mexicano. Lo español, en Antonio, surge sólo de vez en cuando, en la rigidez de las formas y en un toque sensual y gótico a lo Greco.