Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
El buen lector ya se habrá dado cuenta que en español enseñar arquitectura tiene un doble sentido. El que hacemos todos los días desde estas páginas físicas o virtuales y el relacionado con la enseñanza. En la intersección entre mostrar buenos ejemplos de arquitectura y educar, están los espacios dedicados a la enseñanza misma de la arquitectura las escuelas y facultades donde se imparte el conocimiento de la disciplina arquitectónica. A cien años de la fundación de la Bauhaus, este número 88 celebra el encuentro entre construir y enseñar, entre contenedor y contenido. La escuela mítica que fundó Walter Gropius se convirtió en sinónimo de modernidad para la arquitectura y el diseño. La Bauhaus disolvió la diferencia entre las bellas artes y las artes aplicadas y cuestionó la posibilidad de enseñar arte y arquitectura, postulando que solo se aprende por ósmosis entre maestro y discípulo en la práctica del taller. Si bien prevalece esta convicción, algunos estamos convencidos de que no solo se puede enseñar arquitectura, sino que es la tarea de las escuelas técnicas y las facultades. La arquitectura, dice Bernard Tschumi, es el arte de construir conceptos y para ello hay escuelas que enseñan cómo pensar y otras enseñan qué pensar. Las primeras combaten la ignorancia mientras que las otras la refuerzan. A lo que Mark Wigley añade que las escuelas y universidades no son más que máquinas de reducción de estupidez. La arquitectura es una forma de conocimiento antes que un conocimiento de la forma. Y su enseñanza sigue pendulando entre la continuidad con las Arts & Crafts y la ruptura, entre el compromiso social de la formación del arquitecto y la autonomía de la disciplina arquitectónica, entre la profesionalización de la enseñanza y la especulación formal, y entre lo artesanal y lo conceptual. Para ello, el lugar de transmitir y adquirir conocimiento sí importa. Si la Bauhaus rompió con la Academia y los estilos para postular un modelo de aprendizaje que transformara alumnos en artistas y artesanos comprometidos con su tiempo y su tecnología, atendiendo las necesidades de una sociedad industrial, las escuelas de arquitectura contemporáneas deben ser lugares en los que se comparta conocimiento con compromiso social, y también laboratorios donde se especule e investigue sobre la forma. Deben dejar de ser fábricas de arquitectos para convertirse en plataformas de investigación y de generación de pensamiento crítico.
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