Una noche. Deseada (Edición dedicada) Primer volumen de la trilogía Una noche
Olivia lo siente nada más entra en la cafetería. Es absolutamente imponente, con una mirada azul tan penetrante que casi se distrae al tomar nota de su pedido. Cuando se marcha, cree que no lo volverá a ver jamás, hasta que descubre la nota que le ha dejado en la servilleta, firmada «M».Todo lo que él quiere es una noche para adorarla. Sin resentimientos, sin compromiso, sólo placer sin límites. Olivia y Miller. Miller y Olivia. Opuestos como el día y la noche, y aún así tan necesarios el uno para el otro. Él es distante, desagradable y misterioso: sabe siempre lo que quiere y la quiere a ella. Ella es dulce y atenta, una mujer joven de hoy en día que se hace a sí misma y debe encontrar las respuestas a los interrogantes de la vida y de las relaciones a medida que los vive. Quiere ser feliz y amada, pero cuando Miller entra en su vida se da cuenta de que ha perdido el control sobre sí misma y sucumbe a la pasión desenfrenada que nace entre ellos dos. ¿Debe escuchar a su corazón o a la razón?Jodi Ellen Malpas te hechizó con Seducción, te dejó sin aliento con Obsesión y te dejó con ganas de más con Confesión. Con la trilogía UNA NOCHE, te preguntarás: ¿qué sucede cuando amas a quien no te conviene? Lectura a flor de piel, nervios y excitación constantes. ¡Jesse ya tiene rival!
Muchos siglos atrás -justo al amanecer- la bruma se alzaba sobre la llanura aluvial de Coatzintla. Una mañana fresca y húmeda que comenzaba junto al fuego del hogar. Apoyada sobre el fogón se hallaba una pequeña vasija de forma extendida. El barro arenoso había sido cubierto con un baño muy delgado de pintura blanca y el borde terminado con pinceladas de color rojo. Sobre el fondo requemado se dejaban caer -uno a uno- los panes de maíz.Sobre la tierra -a un lado de las brasas- se encontraba "sentada" una olla con agua. El cuello de la vasija no podía ser más alargado y el barro alisado del cuerpo se tornaba áspero en el fondo. Una banda de color rojo adornaba la base del cuello y otra más recorría el borde. En aquel lugar -junto a un pesado metate de piedra- se hallaban otras vasijas, todas de paredes altas y tan pulidas que brillaban al despuntar la primera luz del día. Las había pintadas de negro y con distintos tonos de rojo. Las anaranjadas probablemente habían sido traídas de la vecina ciudad de Cerro Grande, en la cuenca media del río Tecolutla; las otras eran producto de los alfareros de El Tajín. Aquel metate aún estaba húmedo y conservaba adheridos los restos del maíz molido al amanecer. En el patio había leña y se escuchaba el crepitar de las ramas al consumirse en el fuego. Llamaba la atención un enorme apaxtle de barro con dos grandes asas y un cuervo de plumas negras parado sobre el borde.