Ensayos de homenaje en el primer centenario del nacimiento del filósofo español, que abordan diversos aspectos de la obra de Ortega. Los cuatro trabajos dibujan con rigor algunos de los horizontes centrales del quehacer filosófico hispánico en el mundo actual.
Una novela negra ágil, con mucha acción y una protagonista sorprendente. «Digo a mi favor que no cometí más errores que cualquier madre, fui sobreprotectora, otras veces dura, pero siempre en el afán de prepararla para este mundo traidor e incierto.¿Será que la traumé en vez de darle cariño?» La sicaria de Polanco es una novela negra ambientada en México DF en época actual. Se trata de un libro ágil, pleno de acción, protagonizado por una mujer de personalidad arrolladora. Karina Shultz sorprenderá al lector, que será cómplice de todas las peripecias que ha de vivir, de manera cada vez más atropellada, esta mujer convertida en asesina a sueldo. Es una novela policíaca, pero también social, ya que critica las diferencias tan marcadas de clase, así como la corrupción, sin moralinas ni juicios de valor. Se centra en mostrar la dualidad chocante en la que vive el personaje principal, que pasa los días intentando conciliar su vida de madre de dos chicos adolescentes y novia de un agente de policía con su papel ocasional de asesina. Pero llegará un momento en el que el frágil equilibrio en que vive se quebrará y todo empezará a desmoronarse alrededor de ella.
Muchos siglos atrás -justo al amanecer- la bruma se alzaba sobre la llanura aluvial de Coatzintla. Una mañana fresca y húmeda que comenzaba junto al fuego del hogar. Apoyada sobre el fogón se hallaba una pequeña vasija de forma extendida. El barro arenoso había sido cubierto con un baño muy delgado de pintura blanca y el borde terminado con pinceladas de color rojo. Sobre el fondo requemado se dejaban caer -uno a uno- los panes de maíz.Sobre la tierra -a un lado de las brasas- se encontraba "sentada" una olla con agua. El cuello de la vasija no podía ser más alargado y el barro alisado del cuerpo se tornaba áspero en el fondo. Una banda de color rojo adornaba la base del cuello y otra más recorría el borde. En aquel lugar -junto a un pesado metate de piedra- se hallaban otras vasijas, todas de paredes altas y tan pulidas que brillaban al despuntar la primera luz del día. Las había pintadas de negro y con distintos tonos de rojo. Las anaranjadas probablemente habían sido traídas de la vecina ciudad de Cerro Grande, en la cuenca media del río Tecolutla; las otras eran producto de los alfareros de El Tajín. Aquel metate aún estaba húmedo y conservaba adheridos los restos del maíz molido al amanecer. En el patio había leña y se escuchaba el crepitar de las ramas al consumirse en el fuego. Llamaba la atención un enorme apaxtle de barro con dos grandes asas y un cuervo de plumas negras parado sobre el borde.