El entomólogo Endo Hiroshi decidió cierta mañana dejar de comer todo aquello que pudiera parecerle saludable al resto de las personas. Tomó la decisión luego de la noche de insomnio -provocado quizá por el recuerdo de la vieja cocinera de la casa en su tránsito por la Caravana de los Seres Desdentados (1)- que siguió al banquete de bodas de sus padres. Durante aquella noche sintió, entre dormido y despierto, la desaparición de sus brazos y piernas por la voracidad incontrolada de su propio estómago. Fue tal la agresividad que mostró en sueños aquel órgano, que Endo Hiroshi, con las primeras luces del alba, ya se sentía miembro del bando de los que comen sólo para estropear sus estómagos, de tal modo que se transformen con el tiempo en órganos casi inservibles.