Voyeurismo, fascinación, diálogos llenos de dobles sentidos: la cara B de un Hitchcock no tan oculto aparece aquí como en sus películas: siempre casi escondiéndose y a la vez mostrándose; el adorador de ídolos femeninos que coloca en un altar a sus actrices para luego, en muchos casos, derrumbar con sólo un gesto ese mismo altar, el genio de las contradicciones.