Marc Slonim proporciona una admiorable introducción pqara los que se inician por los caminos de la novela, el cuento, el teato y la poesÃa rusos y un recordatorio vivificante para los viejos entusiastas de la gran riqueza de esta literatura y de sus más altos representantes.
Quien pensara hallar en los Sueños de Francisco de Quevedo un laberinto de imágenes y símbolos oníricos, un país de nebulosos y fantásticos paisajes, un mundo en fin donde la realidad objetiva perdiese sentido y sólo existiera para el visionario un mágico ámbito interior; quien pensara encontrar una auténtica expresión de sueños, se decepcionaría casi de inmediato. Los Sueños tienen muy poco casi nada de sueños en el significado preciso de la palabra. No los caracteriza la fantasía. Los llamó así para entronar con la tradición poética de antiquísima estirpe, en la que Dante, Alighieri no es sino el más universal eslabón. Están dentro del espíritu de la época. Los grandes temas del barroco se ha dicho muchas veces, son la muerte y la locura, el sueño y la comedia; es decir, la búsqueda angustiada de la realidad escondida bajo de las apariencias. En este aspecto, los sueños de Quevedo, como toda su obra, revelan su insaciable afán por hallar una roca firme de dónde asirse. No siendo sueños en el sentido propiamente onírico, son en cambio el pretexto literario para disparar una tremenda descarga satírica contra el mundo que le rodeaba. Primero pone al descubierto las lacras más inmediatas, la corrupción que se extendía por todos los sectores y estratos de la sociedad coetánea. Después trasciende la sátira a la condición misma del hombre. Lo que encuentra en ella es la hipocresía