El presente breviario compara dos conceptos radicalmente opuestos de la moralidad, los de Aristóteles y Spinoza, ambas las más plausibles de todas las filosofÃas morales. Examina la relación entre intuiciones morales y teorÃa moral, y las ideas contrastantes de normalidad moral y conversión moral.
En un ruinoso edificio de la ciudad de México, un grupo de ancianos pasa los días entre rencillas vecinales y tertulias literarias. Teo, el narrador y protagonista de esta historia, tiene setenta y ocho años y un apego enfermizo a la Teoría estética de Adorno, con la que resuelve todo tipo de problemas domésticos. Taquero jubilado, pintor frustrado con pedigrí ?hijo de otro pintor frustrado?, sus mayores preocupaciones son llevar la cuenta de las copas que toma al día para extender al máximo sus menguantes ahorros, escribir en un cuaderno algo que no es una novela y calcular las posibilidades que tiene de llevarse a la cama a Francesca ?presidenta de la asamblea de vecinos? o a Juliette ?verdulera revolucionaria?, con las que constituye un triángulo sexual de la tercera edad que «le habría erizado la barba al mismísimo Freud». La vida rutinaria del edificio se rompe con la irrupción de la juventud, encarnada en Willem ?mormón de Utah?, Mao ?maoísta clandestino? y Dorotea ?la dulce heroína cervantina, nieta de Juliette?, en un crescendo de absurdos que arriba a un clímax para mojarse los pantalones. Concebida bajo el dictado de Adorno, que afirma que «el arte avanzado escribe la comedia de lo trágico», entrelazando fragmentos del pasado y del presente, esta novela recorre el arte y la política del México de los últimos ochenta años, marcados en la historia familiar por la sucesión de perros de la madre del protagonista, en un intento por reivindicar a los olvidados, los malditos, los marginales, los desaparecidos y los perros callejeros. Con su tercera novela, el escritor mexicano Juan Pablo Villalobos, tras la excelente acogida, tanto en lengua española como en sus muchas traducciones, de Fiesta en la madriguera y Si viviéramos en un lugar normal, se confirma como un narrador imprescindible, con una voz personal y un sentido del humor muy singulares.
Quien pensara hallar en los Sueños de Francisco de Quevedo un laberinto de imágenes y símbolos oníricos, un país de nebulosos y fantásticos paisajes, un mundo en fin donde la realidad objetiva perdiese sentido y sólo existiera para el visionario un mágico ámbito interior; quien pensara encontrar una auténtica expresión de sueños, se decepcionaría casi de inmediato. Los Sueños tienen muy poco casi nada de sueños en el significado preciso de la palabra. No los caracteriza la fantasía. Los llamó así para entronar con la tradición poética de antiquísima estirpe, en la que Dante, Alighieri no es sino el más universal eslabón. Están dentro del espíritu de la época. Los grandes temas del barroco se ha dicho muchas veces, son la muerte y la locura, el sueño y la comedia; es decir, la búsqueda angustiada de la realidad escondida bajo de las apariencias. En este aspecto, los sueños de Quevedo, como toda su obra, revelan su insaciable afán por hallar una roca firme de dónde asirse. No siendo sueños en el sentido propiamente onírico, son en cambio el pretexto literario para disparar una tremenda descarga satírica contra el mundo que le rodeaba. Primero pone al descubierto las lacras más inmediatas, la corrupción que se extendía por todos los sectores y estratos de la sociedad coetánea. Después trasciende la sátira a la condición misma del hombre. Lo que encuentra en ella es la hipocresía