En 1992, La poesía ha caído en desgracia abrió rumbos insospechados en la trayectoria poética de Juan Carlos Mestre. Una larga residencia en tierras chilenas lo había sumergido en un espacio (la ciudad de Concepción) que se sobrepondría a su paisaje natal del Bierzo; le había ofrecido, sobre todo, vivencias de una crudeza inolvidable (la dictadura, la solidaridad y la resistencia) y nuevas lecturas (del resplandor de Gonzalo Rojas al mundo ruinoso de Jorge Teillier)