Los pianistas con una técnica brillante y consumada se vuelven
a menudo hombres sin atributos que no expresan nada más allá de su propia
perfección. Pero Leif Ove Andsnes, un
noruego de 32 años con los pies en la tierra, es uno de los pocos pianistas
intimidantes que tienen tanto poder como personalidad. Ofreció un recital en el Carnegie Hall una
semana después de que lo hiciera Uchida, y hubo muchos músicos que al verlo
agitaron sus cabezas de estupor. La
destreza sobrenatural de su forma de tocar está fuera de discusión, pero lo que
es más importante es que parece volverse mejor músico con cada aparición. Cuando debutó en el Carnegie en 1999, había
cierta cualidad metálica y high-tech en su digitación, lo cual interfería en la
obvia inteligencia de su manera de entender la música. Ahora a todas luces más relajado, deja que la
música fluya con gracia y sabiduría.
Pero en el perfil artístico de Andsnes todavía falta un elemento de lo
más elusivo: espontaneidad, quizás, o riesgo emocional. Como sea, su forma de tocar hacer que la
música hable con una frescura casi contemporánea; uno tiene la sensación, por
ejemplo, de que algún tipo de disidente o visionario merodea detrás del
estereotipo de Grieg (el bardo de los fiordos), pero nunca de modo abierto o
evidente.Alex Ross, “The
Art of Fantasy”, tomado de The New Yorker, marzo de 2003