Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Entre 1933 y 1936, Marion y Grace Greenwood, dos hermanas de Brooklyn, Nueva York pintaron cinco murales en México, y esto las convirtió en las primeras auténticas mujeres muralistas en el país. Eran muy pocos los precedentes : en 1929, la norteamericana Ione Robinson trabajó como asistente de Diego Rivera en el Palacio Nacional, y en 1930, Isabel Villaseñor asistió a Alfredo Zalce en el mural externo para una escuela rural. En ambos casos, sin embargo, fueron hombres quienes diseñaron y dirigieron por completo la obra.