Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
La obra de Kafka es como una red en la que cada fragmento de sus diarios, cada novela, cada apunte, cada aforismo, conviven en un conjunto.
Roberto Calasso
El acierto de Kafka ha sido acercar precisamente lo irracional e instalarlo como un elemento más a tener en cuenta en nuestras vidas».
José María Carabante, Nueva Revista
La centralidad de Franz Kafka en el canon literario del siglo xx y la alargadísima sombra que proyecta en la posteridad tiene muchas explicaciones. Quizá él mejor que nadie supo diagnosticar los traumas de la época que le tocó vivir y se atrevió a lanzar una mirada a los horrores por venir. Sus visiones alienadas, paranoicas y pesadillescas, sus infernales laberintos burocráticos (y su sinsentido racional) daban forma a una nueva clase de soledad y de indefensión, inequívocamente modernas. El desamparo metafísico, la anulación del individuo bajo el peso del Estado, paralizado en una maraña de leyes y designios opacos, incomprensibles, en las redes de un poder anónimo, difuso y siempre omnipresente, irrebasable todo ello expresaba a la perfección no sólo el sombrío advenimiento de las sociedades totalitarias, sino el carácter esencial de nuestro tiempo. En este sentido, El castillo no puede dejar de ser una novela completamente kafkiana, absorbente y desconcertante: un mal sueño sublime.
El castillo relata la historia del agrimensor K, que acude a la llamada de un pueblo adscrito a un castillo para que realice trabajos profesionales. Para ello, abandona su patria, su trabajo y su familia. Pero cuando llega allí le hacen saber que no hace ninguna falta, se siente marginado por la comunidad desde el primer momento y comienza una lucha a ciegas para conseguir una entrevista con la administración, pero encontrará que se le cierran todas las puertas.
Las hermosas y sofocantes ilustraciones de Luis Scafati ahondan en la atmósfera sórdida y onírica de la obra y le sientan como un guante al universo asfixiante y turbador de Kafka.