Elemento indispensable en la formación de toda persona culta sigue siendo hoy el conocimiento de las letras clásicas. El autor traza aquà un panorama de la literatura latina sin omitir nada esencial y dando una clara idea de las figuras y corrientes.
Cúspide, desde la perspectiva de la plenitud de la edad, de la poesía
amorosa nerudiana, estos Cien sonetos de amor sorprenden ante
todo por el contraste entre la palpitación de la palabra y la imagen,
y la deliberada elección de una desnudez que rehúye los prestigios
sonoros o constructivos del soneto clásico.
«Con mucha humildad escribe Neruda hice estos sonetos de madera,
les di esta opaca y pura substancia», que contrapone a las
«rimas que sonaron como platería, cristal o cañonazo» de los poetas
que anteriormente abordaron el soneto. Del mismo modo, es evitado
el principio del mantenimiento de un patrón métrico y rítmico invariable,
y, más aún, la estructura silogística y simétrica en la exposición de
lo contenido en cuartetos y tercetos. Pero este despojamiento voluntario
es un medio para dejar expedita la más soberana libertad en la
visión: se conquista una nueva y poderosa cohesión, la de una palabra
de tierra, agua, aire y llama, la de una voz que es el metal y el
elemento, y oye el latido de un mundo en el latido del cuerpo amado.
Himno a lo tangible, el amor en Neruda es también vía de acceso a
la fusión con el núcleo último donde la conciencia reconoce su ser en
el ser del mundo.