Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
He aquí a Napoleón despojado de la parafernalia oficial, un hombre visionario y delirante que ríe, vocifera y patalea, rodeado de una cohorte de personajes aborrecibles: desde los parientes corsos hasta los mariscales, los gruñones veteranos de la Vieja Guardia, o Barras, Telleyrand, madame de Stäel y muchísimos otros. ¿Y la inconstante e infiel Josefina? Paradójicamente ella es para el emperador el único remanso de paz, de eternidad y de amor verdadero. Una sinfonía tragicómica en cuatro movimientos, con una overtura a Josefina y una coda a la Historia Universal que toma como modelo la Heroica de Beethoven para crear una obra irreverente, divertida y brillante donde Burgess exhibe con desenfado todo su virtuosismo y erudición.