Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
En Rafael Vargas (ciudad de México, 1954) la impronta de un mundo siempre presente pero inabarcable es lo que llama al deseo; sólo es posible percibir al mundo como lo que ya no es, como ausente de sí mismo, recordado. Todo hombre está sujeto desde el comienzo de su vida a la sucesión de los lugares y tiempos que atraviesa, pero a la vez se convierte en el testigo del desvanecimiento del espacio que habita.En la infancia de la mirada no podemos reconocer límites al mundo: después todo acto es. Al fin, la búsqueda del paisaje completado que trajera la sensación de unidad con el mundo -ya no el hombre y el mundo fragmentados, a su vez desprendidos de otro imaginado.La poesía tiene un puente entre los extremos de lo sagrado y la modernidad profana, de la historia y lo simultáneo, por medio de su acción dialéctica: pensar en el poema es pensar en el mundo, en nuestra forma de ser. Mientras que la ilusión de algo perdurable, ofrece al instante de reconocer el mundo al evocarlo.