Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
La memoria supone el hecho de ser, la cosa como hecho, la posesión como juego o forma; va en fuga, mientras que la historia se mantiene en vela; es nada más la cifra, no el inventario, de lo vivido. Hacemos el repaso de las formas, perseguimos el arco de su contorno, sin alcanzar un conocimiento íntimo ni exhaustivo. Los significados se desvanecen hasta quedar únicamente el sedimento de una gramática, la acumulación misteriosa de unos signos.Vivir es un espacio en el que las cosas tienen un ser y una distancia es un acto de consumación, imaginado por el deseo. En vez de las ruinas de la ciudad, quisiéramos ver todo resuelto en una sola imagen, y que lo roto no siguiera determinando nuestro desenlace. Christopher Domínguez Michael, en la presentación de esta edición, afirma que "Una piñata llena de memoria implica una triple lectura: cuerpo, historia y escritura". La confrontación de los fragmentos de un tiempo que todavía transcurre, inevitablemente nos deja desnudos ante nuestra propia invención: estamos en el instante anterior a toda posesión, mirándonos frente al lenguaje como si éste fuera el espejo del mundo o de nosotros, la única memoria que al fin pudiera resultar palpable y cierta.