Con Algaida, la obra poética de Eduardo Lisadle alcanza un sereno esplendor que sabe urdir, con gozosa sabiduría, catarsis con introspección, nostalgia contemplativa con furor adánico, vuelta a la infancia con añoranzas presentes y entrega excepcional que habrá de leerse, sin temor a la hipérbole, junto a los grandes poemas de la poesía mexicana: Sólo la más blanca antorcha vesperal Pareciera mirarme con fijeza más cruel que en otros años, Con un ojo de halcón, de cobra o de anaconda Al que alimenta sus entrañas de fuego.